Ejecutivos y hippies. Padres y niños. Estudiantes, graduados y no profesionales. Personas que ya han comenzado su jornada laboral e individuos que se dirigen hacia su trabajo. Solteros y casados. En pareja o solos. Los atentos a los llamados de partidas y los que están concentrados en sí mismo asemejándose a un ente. Todas estas impresiones, y más, las podemos encontrar en un mismo lugar, la terminal de ómnibus de Tres Cruces a las ocho y media de la mañana.
A pesar de estar a tan pocas horas del comienzo de la Semana Santa, días en los cuales muchos uruguayos aprovechan para tomarse licencia, la terminal no esta llena. Tenía varias opciones donde sentarme, escogí por hacerlo muy cerca de donde había entrado.
La hilera transversal era corta, por lo tanto el único hombre que se encontraba allí sentado parecía llenarla. Es calvo y habla de manera pasiva por teléfono. Su traje desvela que todavía no había comenzado sus vacaciones. No había llegado a su trabajo y ya se encontraba en pleno labor. Termina el llamado y enseguida escribe algo en su agenda del Ministerio del Interior. Una agenda gorda indica a un hombre lleno de compromisos si tenemos en cuenta que solo han pasado tres meses del 2010, no puedo imaginar lo que va a ser eso en septiembre. Terminado el apunte agarra su Búsqueda y empieza la lectura, no está apresurado y quiere profundizar sobre cada tema, no está para el picadillo de noticias.
En mi hilera, sobre un costado y pegado a la pared una pareja intenta mantener un diálogo. Eligieron un rincón, asegurando que nadie los moleste. Él anda en muletas y se limita a escuchar. Sin mirarla a los ojos, él clava su vista en un punto muy cerca del hombre calvo. Ella habla sin cesar mirando la cabellera blanca de su pareja. No están prestando atención a las partidas de los ómnibus, no parece ser ese su leitmotiv de su presencia en la terminal.
Una mujer con lentes de sol y un tanto robusta, se sienta entre el hombre calvo y la pareja. Habla de manera muy acelerada por su celular. Se limita a contestar preguntas, la llamada pierde importancia cuando oigo de esta mujer la respuesta “Cacho Bochinche”. El hombre calvo ya va por la tercera página, dobla el periódico en dos ante la dificultad que implica leerlo de manera recta.
En otra hilera de sillas, un hombre de saco y corbata, que pareciese ser administrativo, se levanta al escuchar por los altoparlantes la salida de su ómnibus. Pando es su destino.
Una pareja cincuentona ocupa unos lugares cerca de mí. Susurran algo. Se levantan y se dirigen sigilosamente hacia el hombre calvo. “Heber”, le dice la mujer al hombre que justo había cambiado de página de su Búsqueda. Levanta su mirada respondiendo a su nombre. Y sí, se conocían. Comienza un diálogo. Lo único que escuche es que el hombre calvo se dirige hacia una reunión con Morgan. No quise escuchar más por respeto a su privacidad.
Este encuentro motivó una reflexión mía: que chico que es Montevideo. Todas las semanas, por lo menos nos encontramos con una persona que conocemos por la calle. A veces lo saludamos, otras preferimos seguir de largo. Es de esas pocas ciudades que si uno quiere puede localizar al que busca. Por las dudas, trataré de nunca endeudarme.
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